Entrevista al filósofo Franco "Bifo" Berardi
El pensador señala el riesgo de un mundo que prioriza el
papel del economista y donde la política pierde eficacia.
Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva
(Caja Negra) se titula el reciente libro de Franco “Bifo” Berardi, investigador
y activista italiano y una de las figuras más conocidas del movimiento
autonomista de su país. Berardi es autor de, entre otros volúmenes, La fábrica
de la infelicidad; Generación post-alfa y La sublevación, en los que abordó las
transformaciones del trabajo y de la subjetividad provocadas por la
globalización y la financiarización de la economía: la desterritorialización,
la precarización del empleo, el declive de la burguesía y el proletariado y su
paulatina reemplazo por el “cognitariado” y la clase ejecutiva financiera, el
sometimiento de los trabajadores por dispositivos de automatización y control,
cuyos efectos incluyen la dificultad para crear formas de solidaridad y de
relación cuerpo a cuerpo.
El título no llama a engaños: es un libro crepuscular, tanto
por el diagnóstico al que nos enfrenta como por su tono, que –como sucedía en
algunos ensayos de Paul Virilio– infunde una sensación de urgencia, de
inminencia ante la posible catástrofe, aquí nombrada como de escala evolutiva,
que exige al lector una disposición anímica alerta e imaginativa.
¿De qué fin se habla aquí? “De la concepción moderna de
humanidad”, sintetiza Berardi, debido a la abstracción y la aceleración
frenética provocadas por la transición tecnológica hacia el entorno digital. La
exposición incesante a flujos de información, en convergencia con un nuevo modo
del capitalismo (el “absolutismo capitalista”, lo llama), corroe las
capacidades humanas de empatía, supera las posibilidades neuronales de
atención, debilita las condiciones para transformar la esfera social a través
de la voluntad política, todo lo cual desencadena otros finales: del goce, de la
crítica, de la decisión política, de la sensibilidad (la facultad de
“comprender lo tácito”), del erotismo (la habilidad “de percibir el cuerpo del
otro como una extensión viva de mi propio cuerpo”).
En este intercambio –vía correo electrónico– comenta qué
efectos tiene esto en nuestra sensibilidad, y por qué cree que, ante la pérdida
de eficacia de la política, es la hora de desconectar de las “concatenaciones
estresantes” que sólo conducen al pánico, la soledad y la depresión.
–En su libro sostiene que asistimos a una mutación
antropológica y cognitiva. Uno de los ejes es el pasaje desde un modo de
relación de los cuerpos con el mundo que podía procesarse a través de la
conjunción, que implica la apertura hacia el otro, el intercambio que da lugar
a sentidos antes inexistentes, hasta la esfera de la conexión, una forma más
abstracta y simplificada, donde la producción de significado obedece a patrones
preconfigurados y en la que cada agente interactúa de manera solo funcional.
Conjunción versus conexión. ¿Podría desarrollar esta tensión?
–Conjunción, para mí, es la modalidad de comunicación entre
organismos conscientes y sensibles que interpretan signos y producen sentido en
una situación contextual. En la conjunción la interpretación no implica solo reconocimiento
de reglas sintácticas, sino la intuición de lo que no se dice verbalmente pero
pertenece a la relación entre cuerpos situados en una dimensión sociocultural
singular. La conexión es una condición de interpretación y producción de
significado que no implica los cuerpos, la situación y el contexto, sino solo
el reconocimiento de patrones (pattern recognition), de estructuras semióticas
incorporadas en la técnica. Detrás de la distinción entre conjunción y conexión
me interesan los efectos sociales y antropológicos. La conectivización del
intercambio comunicacional en la generación que aprendió más palabras de una
máquina que de un cuerpo-voz está provocando una verdadera mutación de la
actuación cognitiva y del psiquismo colectivo. La infosfera conectiva habilita
una aceleración del flujo de estimulación neural cuyos efectos en la
psicoesfera son problemáticos. El aislamiento y la hiperestimulación neural
están provocando una epidemia de depresión y pánico, una transformación brutal
de la percepción del otro.
Una mutación social acecha a la humanidad
Solos ante las pantallas. Berardi nos advierte que en el
presente debemos ser conscientes de la pérdida de efectividad de la decisión
política y de la legislación. “Esto es una consecuencia de la incorporación de
automatismos técnicos en la comunicación, en el lenguaje y en la economía”,
sostiene.
–Usted focaliza la distancia cada vez más insalvable entre
los flujos ininterrumpidos de información y la limitada capacidad del cerebro
humano para procesarlos. ¿Qué consecuencias trae para la mente individual y
social este salto de escala?
–La crítica, como facultad de discernimiento entre verdadero
y falso, entre bueno y malo no es un dato natural de la especie humana. La
facultad crítica se forjó en la transformación técnica moderna: la difusión del
texto escrito, poder leer los enunciados secuenciales permite la comprensión
crítica. Hay un tema de ritmo, de temporalidad de la interpretación: cuando la
infosfera se hipersatura, cuando el cerebro humano está hiperestimulado, la
capacidad de distinción y discriminación se entorpece. La tempestad de mierda
de la cual habla Byung Chul Han (En el enjambre). Hoy se habla mucho de fake
news, las noticias falsas difundidas en las redes sociales, pero siempre las hubo
en el discurso público. Sólo que en el pasado la mente individual y colectiva
podía discernir el sentido de la verdad y la mentira. La experiencia social se
fundaba sobre una capacidad crítica que ha sido la condición de la democracia.
La irracionalidad de la mente social no es un efecto de malas intenciones, que
seguro no faltan, sino del fallecimiento de la crítica.
–“Las leyes no tienen hoy ninguna fuerza frente a la
circulación global de los algoritmos financieros, ni ante la potencia
desterritorializada de las empresas globales”, comentó hace poco. Sabemos, con
todo, que lo que se ha llamado neoliberalismo vino acompañado no por una
disminución, sino por un andamiaje robusto de regulaciones. Un ejemplo: el Acta
sobre Ciencia y Tecnología Avanzada sancionada por el Congreso de los EE.UU. en
1992, que al permitir la apertura de la red al comercio, posibilitó la Internet
que hoy conocemos. ¿No es preciso estar atentos a los dispositivos jurídicos,
políticos, gubernamentales concretos, si queremos pensar en alguna forma de
autonomía?
–Claro que tenemos que estar atentos a lo que pasa a nivel
jurídico, político e ideológico. Pero también tenemos que ser conscientes de la
pérdida de efectividad de la decisión política y de la legislación. Esto es una
consecuencia de la incorporación de automatismos técnicos en la comunicación,
en el lenguaje y en la economía. La experiencia de la última década, sobre todo
en Europa, nos mostró que la decisión política es impotente cuando se trata de
redistribuir la riqueza producida por los trabajadores, porque la distribución
de la riqueza está escrita en los automatismos financieros del Pacto Fiscal
Europeo de 2012. Lo que pasó en Grecia en 2015 fue una prueba irrefutable de la
muerte de la decisión política y de la impotencia de la democracia, en el mismo
país que ha inventado la palabra democracia hace veinticinco siglos.
–Menciona que tres figuras clave de la modernidad, el
intelectual, el guerrero y el comerciante, han sido reemplazadas hoy por el
artista, el ingeniero y el economista, a quien describe como un “falso
científico” encargado de reducir el poder de los otros dos y ponerlo al
servicio de la acumulación. ¿Cómo es eso?
–He intentado dibujar la historia social de la época moderna
a través de algunas metáforas y figuras. Me interesa en particular la
separación entre el ingeniero y el poeta, entre el conocimiento científico y la
imaginación artística, que es una consecuencia de la reducción de la formación,
la educación y el sistema escolar y universitario a meras herramientas para la
acumulación financiera. El declive de la enseñanza humanística, la introducción
de criterios puramente económicos en el pensamiento científico y en la
innovación tecnológica son los efectos más evidentes y peligrosos de la sumisión
del conocimiento al provecho económico. En este contexto, la figura del
economista domina abusivamente el panorama cognitivo. ¿Qué es la economía? ¿Una
ciencia? No me parece. La ciencia se define ante todo por su objeto, por la
capacidad de formular leyes universales que nos permiten prever los
acontecimientos futuros. La economía no tiene un objeto independiente de su
actuación, y por ende me parece una técnica, no una ciencia. El problema es que
esta técnica pretende reglar las otras formas de conocimiento según un
principio que no pertenece a la ciencia, sino al interés de una minoría. La
reducción de la dinámica social al provecho económico devino el dogma central
del pensamiento contemporáneo: no se puede decir, pensar ni investigar nada si
no sirve a la acumulación de capital.
–También advierte contra los riesgos que puede asumir el
intento del cuerpo conjuntivo de tomar una revancha frente a las fuerzas de la
abstracción y la conexión: la forma fascista y violenta de la identidad, que
busca cancelar la riqueza de la diferencia entre los seres humanos. ¿Es posible
escapar de esta alternativa mortal entre la conexión algorítmica y el retorno
agresivo de la conjunción identitaria?
–La actual emergencia de una ola identitaria, racista,
fascista de dimensiones impresionantes, es la prueba de una revuelta de los
impotentes. No podemos cambiar la relación social a través de la actuación
política racional; la comunidad territorial está estropeada por la violencia
financiera. El sentimiento común se vuelve hacia la venganza, la reivindicación
identitaria y la violencia contra el extranjero, acusado de ser responsable del
empobrecimiento. Como no podemos liberarnos del hiper-poderoso automatismo
financiero, agredimos a quien es más impotente que nosotros. Es la misma
dinamita que llevó alos trabajadores alemanes a elegir a Hitler y a agredir a
los judíos en los años 30 del siglo pasado.
–Ante un diagnóstico preocupante, propone algunos
“tratamientos”. Señala como primer paso “desvincularse de las concatenaciones
estresantes”, y luego, ir hacia un “reajuste neurológico de la relación con la
infoesfera”. Añade que este no será ya un trabajo de la política, sino del
arte, la educación y la terapia. ¿Cómo lo imagina?
–No se trata de elaborar un programa político o terapéutico,
sino de prestar atención a una mutación profunda y irreversible, imaginar
prácticas de readaptación y, al mismo tiempo, de conciencia. La conciencia de
los efectos patógenos es el primer paso para empezar a transformar nuestra
actuación y nuestras expectativas. El arte tiene aquí un papel decisivo. Hoy
para actuar una transformación política necesitamos reactivar energías
psíquicas perturbadas, y para hacer eso necesitamos una creación propiamente
poética, artística.
–La mutación contemporánea, dice, se manifiesta en
patologías de soledad, pánico, depresión. ¿No es posible, pese a estar en este
entorno conectivo, que las personas “hagan algo” para sí y para otros:
enamorarse, aprender, comprometerse a dar batallas, buscar su felicidad? Y por otro
lado, ¿vislumbra nuevas formas de gozo, de erotismo, de disfrute?
–Claro que las personas siguen haciendo algo, pero gozan
menos y menos, porque están perdiendo la percepción de la singularidad de los
acontecimientos, de los gestos, de las palabras. Intentan enamorarse y actuar
políticamente, pero el tiempo se ha hecho tan escaso, tan nervioso que el
placer sexual parece en peligro. Según David Spiegelhalter, autor de Sex in
numbers, la frecuencia de los contactos sexuales se redujo drásticamente en los
últimos veinte años. Miguel Benasayag y Gérard Schmit escribieron un libro
importante sobre las pasiones tristes, sobre la depresión difundida entre los
jóvenes. Los últimos cuarenta años han sido la época de la guerra neoliberal de
todos contra todos llamada competencia, y la época de la conectivización de la
comunicación social. Con respecto a lo nuevo: no podemos saberlo hasta que no
lleguemos a una transformación del modelo de apropiación de la técnica y a una
reactivación de la imaginación colectiva del futuro. Eso presupone un proceso
que llamo “movimiento”, reactivación consciente de las energías nerviosas del
cuerpo social. Es una paradoja: necesitamos un movimiento pero no están las
condiciones cognitivas para reconocer empáticamente la presencia del otro. No
se trata de una paradoja política, se trata de una paradoja más profunda:
psíquica y cognitiva.
Fenomenología del fin.
Sensibilidad y mutación conectiva. Franco “Bifo” Berardi Traducción: Alejandra
López Gabrielidis.
Entrevista al filósofo Franco "Bifo" Berardi
El pensador señala el riesgo de un mundo que prioriza el
papel del economista y donde la política pierde eficacia.
Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva
(Caja Negra) se titula el reciente libro de Franco “Bifo” Berardi, investigador
y activista italiano y una de las figuras más conocidas del movimiento
autonomista de su país. Berardi es autor de, entre otros volúmenes, La fábrica
de la infelicidad; Generación post-alfa y La sublevación, en los que abordó las
transformaciones del trabajo y de la subjetividad provocadas por la
globalización y la financiarización de la economía: la desterritorialización,
la precarización del empleo, el declive de la burguesía y el proletariado y su
paulatina reemplazo por el “cognitariado” y la clase ejecutiva financiera, el
sometimiento de los trabajadores por dispositivos de automatización y control,
cuyos efectos incluyen la dificultad para crear formas de solidaridad y de
relación cuerpo a cuerpo.
El título no llama a engaños: es un libro crepuscular, tanto
por el diagnóstico al que nos enfrenta como por su tono, que –como sucedía en
algunos ensayos de Paul Virilio– infunde una sensación de urgencia, de
inminencia ante la posible catástrofe, aquí nombrada como de escala evolutiva,
que exige al lector una disposición anímica alerta e imaginativa.
¿De qué fin se habla aquí? “De la concepción moderna de
humanidad”, sintetiza Berardi, debido a la abstracción y la aceleración
frenética provocadas por la transición tecnológica hacia el entorno digital. La
exposición incesante a flujos de información, en convergencia con un nuevo modo
del capitalismo (el “absolutismo capitalista”, lo llama), corroe las
capacidades humanas de empatía, supera las posibilidades neuronales de
atención, debilita las condiciones para transformar la esfera social a través
de la voluntad política, todo lo cual desencadena otros finales: del goce, de la
crítica, de la decisión política, de la sensibilidad (la facultad de
“comprender lo tácito”), del erotismo (la habilidad “de percibir el cuerpo del
otro como una extensión viva de mi propio cuerpo”).
En este intercambio –vía correo electrónico– comenta qué
efectos tiene esto en nuestra sensibilidad, y por qué cree que, ante la pérdida
de eficacia de la política, es la hora de desconectar de las “concatenaciones
estresantes” que sólo conducen al pánico, la soledad y la depresión.
–En su libro sostiene que asistimos a una mutación
antropológica y cognitiva. Uno de los ejes es el pasaje desde un modo de
relación de los cuerpos con el mundo que podía procesarse a través de la
conjunción, que implica la apertura hacia el otro, el intercambio que da lugar
a sentidos antes inexistentes, hasta la esfera de la conexión, una forma más
abstracta y simplificada, donde la producción de significado obedece a patrones
preconfigurados y en la que cada agente interactúa de manera solo funcional.
Conjunción versus conexión. ¿Podría desarrollar esta tensión?
–Conjunción, para mí, es la modalidad de comunicación entre
organismos conscientes y sensibles que interpretan signos y producen sentido en
una situación contextual. En la conjunción la interpretación no implica solo reconocimiento
de reglas sintácticas, sino la intuición de lo que no se dice verbalmente pero
pertenece a la relación entre cuerpos situados en una dimensión sociocultural
singular. La conexión es una condición de interpretación y producción de
significado que no implica los cuerpos, la situación y el contexto, sino solo
el reconocimiento de patrones (pattern recognition), de estructuras semióticas
incorporadas en la técnica. Detrás de la distinción entre conjunción y conexión
me interesan los efectos sociales y antropológicos. La conectivización del
intercambio comunicacional en la generación que aprendió más palabras de una
máquina que de un cuerpo-voz está provocando una verdadera mutación de la
actuación cognitiva y del psiquismo colectivo. La infosfera conectiva habilita
una aceleración del flujo de estimulación neural cuyos efectos en la
psicoesfera son problemáticos. El aislamiento y la hiperestimulación neural
están provocando una epidemia de depresión y pánico, una transformación brutal
de la percepción del otro.
Una mutación social acecha a la humanidad
Solos ante las pantallas. Berardi nos advierte que en el
presente debemos ser conscientes de la pérdida de efectividad de la decisión
política y de la legislación. “Esto es una consecuencia de la incorporación de
automatismos técnicos en la comunicación, en el lenguaje y en la economía”,
sostiene.
–Usted focaliza la distancia cada vez más insalvable entre
los flujos ininterrumpidos de información y la limitada capacidad del cerebro
humano para procesarlos. ¿Qué consecuencias trae para la mente individual y
social este salto de escala?
–La crítica, como facultad de discernimiento entre verdadero
y falso, entre bueno y malo no es un dato natural de la especie humana. La
facultad crítica se forjó en la transformación técnica moderna: la difusión del
texto escrito, poder leer los enunciados secuenciales permite la comprensión
crítica. Hay un tema de ritmo, de temporalidad de la interpretación: cuando la
infosfera se hipersatura, cuando el cerebro humano está hiperestimulado, la
capacidad de distinción y discriminación se entorpece. La tempestad de mierda
de la cual habla Byung Chul Han (En el enjambre). Hoy se habla mucho de fake
news, las noticias falsas difundidas en las redes sociales, pero siempre las hubo
en el discurso público. Sólo que en el pasado la mente individual y colectiva
podía discernir el sentido de la verdad y la mentira. La experiencia social se
fundaba sobre una capacidad crítica que ha sido la condición de la democracia.
La irracionalidad de la mente social no es un efecto de malas intenciones, que
seguro no faltan, sino del fallecimiento de la crítica.
–“Las leyes no tienen hoy ninguna fuerza frente a la
circulación global de los algoritmos financieros, ni ante la potencia
desterritorializada de las empresas globales”, comentó hace poco. Sabemos, con
todo, que lo que se ha llamado neoliberalismo vino acompañado no por una
disminución, sino por un andamiaje robusto de regulaciones. Un ejemplo: el Acta
sobre Ciencia y Tecnología Avanzada sancionada por el Congreso de los EE.UU. en
1992, que al permitir la apertura de la red al comercio, posibilitó la Internet
que hoy conocemos. ¿No es preciso estar atentos a los dispositivos jurídicos,
políticos, gubernamentales concretos, si queremos pensar en alguna forma de
autonomía?
–Claro que tenemos que estar atentos a lo que pasa a nivel
jurídico, político e ideológico. Pero también tenemos que ser conscientes de la
pérdida de efectividad de la decisión política y de la legislación. Esto es una
consecuencia de la incorporación de automatismos técnicos en la comunicación,
en el lenguaje y en la economía. La experiencia de la última década, sobre todo
en Europa, nos mostró que la decisión política es impotente cuando se trata de
redistribuir la riqueza producida por los trabajadores, porque la distribución
de la riqueza está escrita en los automatismos financieros del Pacto Fiscal
Europeo de 2012. Lo que pasó en Grecia en 2015 fue una prueba irrefutable de la
muerte de la decisión política y de la impotencia de la democracia, en el mismo
país que ha inventado la palabra democracia hace veinticinco siglos.
–Menciona que tres figuras clave de la modernidad, el
intelectual, el guerrero y el comerciante, han sido reemplazadas hoy por el
artista, el ingeniero y el economista, a quien describe como un “falso
científico” encargado de reducir el poder de los otros dos y ponerlo al
servicio de la acumulación. ¿Cómo es eso?
–He intentado dibujar la historia social de la época moderna
a través de algunas metáforas y figuras. Me interesa en particular la
separación entre el ingeniero y el poeta, entre el conocimiento científico y la
imaginación artística, que es una consecuencia de la reducción de la formación,
la educación y el sistema escolar y universitario a meras herramientas para la
acumulación financiera. El declive de la enseñanza humanística, la introducción
de criterios puramente económicos en el pensamiento científico y en la
innovación tecnológica son los efectos más evidentes y peligrosos de la sumisión
del conocimiento al provecho económico. En este contexto, la figura del
economista domina abusivamente el panorama cognitivo. ¿Qué es la economía? ¿Una
ciencia? No me parece. La ciencia se define ante todo por su objeto, por la
capacidad de formular leyes universales que nos permiten prever los
acontecimientos futuros. La economía no tiene un objeto independiente de su
actuación, y por ende me parece una técnica, no una ciencia. El problema es que
esta técnica pretende reglar las otras formas de conocimiento según un
principio que no pertenece a la ciencia, sino al interés de una minoría. La
reducción de la dinámica social al provecho económico devino el dogma central
del pensamiento contemporáneo: no se puede decir, pensar ni investigar nada si
no sirve a la acumulación de capital.
–También advierte contra los riesgos que puede asumir el
intento del cuerpo conjuntivo de tomar una revancha frente a las fuerzas de la
abstracción y la conexión: la forma fascista y violenta de la identidad, que
busca cancelar la riqueza de la diferencia entre los seres humanos. ¿Es posible
escapar de esta alternativa mortal entre la conexión algorítmica y el retorno
agresivo de la conjunción identitaria?
–La actual emergencia de una ola identitaria, racista,
fascista de dimensiones impresionantes, es la prueba de una revuelta de los
impotentes. No podemos cambiar la relación social a través de la actuación
política racional; la comunidad territorial está estropeada por la violencia
financiera. El sentimiento común se vuelve hacia la venganza, la reivindicación
identitaria y la violencia contra el extranjero, acusado de ser responsable del
empobrecimiento. Como no podemos liberarnos del hiper-poderoso automatismo
financiero, agredimos a quien es más impotente que nosotros. Es la misma
dinamita que llevó alos trabajadores alemanes a elegir a Hitler y a agredir a
los judíos en los años 30 del siglo pasado.
–Ante un diagnóstico preocupante, propone algunos
“tratamientos”. Señala como primer paso “desvincularse de las concatenaciones
estresantes”, y luego, ir hacia un “reajuste neurológico de la relación con la
infoesfera”. Añade que este no será ya un trabajo de la política, sino del
arte, la educación y la terapia. ¿Cómo lo imagina?
–No se trata de elaborar un programa político o terapéutico,
sino de prestar atención a una mutación profunda y irreversible, imaginar
prácticas de readaptación y, al mismo tiempo, de conciencia. La conciencia de
los efectos patógenos es el primer paso para empezar a transformar nuestra
actuación y nuestras expectativas. El arte tiene aquí un papel decisivo. Hoy
para actuar una transformación política necesitamos reactivar energías
psíquicas perturbadas, y para hacer eso necesitamos una creación propiamente
poética, artística.
–La mutación contemporánea, dice, se manifiesta en
patologías de soledad, pánico, depresión. ¿No es posible, pese a estar en este
entorno conectivo, que las personas “hagan algo” para sí y para otros:
enamorarse, aprender, comprometerse a dar batallas, buscar su felicidad? Y por otro
lado, ¿vislumbra nuevas formas de gozo, de erotismo, de disfrute?
–Claro que las personas siguen haciendo algo, pero gozan
menos y menos, porque están perdiendo la percepción de la singularidad de los
acontecimientos, de los gestos, de las palabras. Intentan enamorarse y actuar
políticamente, pero el tiempo se ha hecho tan escaso, tan nervioso que el
placer sexual parece en peligro. Según David Spiegelhalter, autor de Sex in
numbers, la frecuencia de los contactos sexuales se redujo drásticamente en los
últimos veinte años. Miguel Benasayag y Gérard Schmit escribieron un libro
importante sobre las pasiones tristes, sobre la depresión difundida entre los
jóvenes. Los últimos cuarenta años han sido la época de la guerra neoliberal de
todos contra todos llamada competencia, y la época de la conectivización de la
comunicación social. Con respecto a lo nuevo: no podemos saberlo hasta que no
lleguemos a una transformación del modelo de apropiación de la técnica y a una
reactivación de la imaginación colectiva del futuro. Eso presupone un proceso
que llamo “movimiento”, reactivación consciente de las energías nerviosas del
cuerpo social. Es una paradoja: necesitamos un movimiento pero no están las
condiciones cognitivas para reconocer empáticamente la presencia del otro. No
se trata de una paradoja política, se trata de una paradoja más profunda:
psíquica y cognitiva.
MUCHAS GRACIAS !!, Y SIGAN EDUCANDO LA HUMANIDAD POR FAVOR 🙏❤❤🙏
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