DESDE LA MEMORIA.
Puente Llaguno, un caso de Opinión Pública.
Jorge Martens.
CI. 8.044.841.
CSM 1
Caminando por las
calles del centro de Mérida me tropecé con un aviso que me llamó mucho la
atención por su contenido. Era una suerte de afiche del tamaño de un pliego con
un dibujo del conocido caricaturista del diario el Nacional pidiendo la
libertad para el comisario Simonovis. Me quede fijamente mirando el afiche
pensando en el mensaje cuando repentinamente una señora que también lo miraba
visiblemente molesta dijo, “bueno, y por qué no le preguntan a las víctimas de
puente Llaguno si quieren la libertad para ese señor”. No quise indagar en lo
obvio y no le pregunté por qué había dicho eso. Era evidente que esa señora, en
su memoria, tenía una opinión formada sobre los sucesos de aquel fatídico abril
del 2002 y que en gran medida mucho tuvo que ver la corriente de Opinión
Pública del momento.
Es a partir de
este encuentro anecdótico que se me ocurre hacer una reflexión sobre cómo un
grupo político posiciona una opinión en un segmento de la población y la
moviliza hacia sus objetivos, ejerciendo presión sobre ella a través del uso
intensivo de los medios de comunicación de masas
La idea central
de este breve escrito no es cuestionar moralmente las distintas visiones
políticas ideológicas que tiene la sociedad venezolana, por el contrario, se
trata de aportar un punto de vista particular sobre como los medios de
comunicación, transformados en actores políticos, influyeron en el proceso de
formación de la Opinión Pública venezolana que desataron los acontecimientos
del 11 abril del año 2002.
En primer lugar
exploraremos como se configura el concepto de Opinión Pública en la sociedad de
la información. De allí pasaremos a recordar aquellos acontecimientos que
marcaron el inicio de la historia de este nuevo siglo en Venezuela. Hablamos de
los días de abril del 2002, cuando el desencuentro de las opiniones de dos
grupos de venezolanos desencadenó en una espiral de violencia. Para finalizar
con una reflexión particular sobre el tema.
La
Opinión Pública y los medios de comunicación.
C
onceptualizar la
Opinión Pública como algo definido, a mi juicio no tiene ninguna razón de ser.
La Opinión Pública es un elemento dinámico del proceso de la comunicación
humana y como la comunicación humana en sí misma, es un proceso que evoluciona
constantemente en medida que la sociedad evoluciona, en esa misma medida el
concepto de Opinión Pública evoluciona.
El concepto de
Opinión Pública admite una variedad de visiones. Haciendo un ejercicio se me
ocurrió con un grupo de amigos de café, hacer un “cadáver exquisito” con el
concepto de Opinión Pública. El ejercicio consistía en que cada uno de los
participantes tomara un trozo de papel y escribiera en una frase lo que pensaba
para él como concepto de Opinión Pública. Luego se juntarían todos los trozos de
papel y con lo escrito por cada uno se haría un solo escrito. El resultado fue
este:
Opinión Pública
es:
“la imposición
de una maquinaria mediática que le dice a una sociedad lo que debe pensar, lo
que debe decir y por cuánto tiempo lo debe hacer. Es el monologo del poder que
desarrolla el desvinculo. Es el reflejo de lo que piensan las multitudes. Es la
reacción alérgica de la sociedad cuando le inyectan una idea. Es como un río
lleno de piedras y en cada piedra suena un pensamiento.”
Más allá de lo metafórico
del ejercicio, efectivamente la Opinión Pública es lo
que piensa el público sobre los asuntos de interés general, lo que llamamos
“vox populi”. La Opinión Pública es considerada en muchos casos la expresión de
la soberanía popular, que busca representar el peso del pueblo en las tareas de
gobierno, legitimando y controlando el poder y el sistema democrático. Algunos
afirman que la Opinión Pública es el producto de una fuerza instintiva adornada
de razones, en lugar del fruto que surge
a partir de un debate razonado. La Opinión Pública no se reconoce en la razón,
la reflexión o el diálogo público, sino en los estereotipos que encubren los
impulsos de las multitudes, transformándola en un producto mediocre e
impersonal, originado por el poder de las clases dominantes y el control que
éstas ejercerán sobre los medios.
Alain Touraine, sociólogo
contemporáneo francés dice: “Somos
a la vez de aquí y de todas partes, es decir, de ninguna”, para
expresar en cierto modo, que pertenecemos a una sociedad globalizada que está
unida por una red virtual por donde circula tal cantidad de información que no
nos permite detenernos a reflexionar sobre lo que diariamente nos llega a
través de distintos medios, fragmentándonos, atomizándonos y finalmente
transformándonos en meros consumidores pasivos de información. “Estamos informados de todo, pero no
nos enteramos de nada”, dice el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores.
Vamos progresivamente perdiendo nuestra identidad nacional para transformarnos
en “ciudadanos del mundo”.
Eduardo Galeano
en su trabajo “Curso Intensivo de Incomunicación” expresa lo siguiente:
La cultura se está reduciendo al entretenimiento, y el
entretenimiento se convierte en brillante negocio universal; la vida se está reduciendo al espectáculo, y el
espectáculo se convierte en fuente de poder económico y político; la
información se está
reduciendo a la publicidad y la publicidad manda. El espectacular progreso de la
tecnología de la comunicación y, los sistemas de información está sirviendo,
sobre todo, para irradiar violencia como modo de vida y como cultura dominante.
Los medios de comunicación que
más mundo, y más gente, abarcan, nos acostumbran a la fatalidad de la violencia
y nos entrenan para ella desde la infancia. En el mercado se impone un detergente, como en la opinión pública se
impone un presidente. Ya
no es necesario que los fines justifiquen los medios, ahora son los “medios”
que justifican los fines de un sistema de poder que impone sus valores a escala
planetaria, Este adorado
tótem (la televisión) de nuestro tiempo es el medio que con más éxito se usa
para imponer, en los cuatro puntos cardinales, los ídolos, los mitos y los
sueños que los ingenieros de emociones diseñan y las fábricas de almas producen
en serie. Los empresarios
de la televisión brindan tribuna a los políticos, y los políticos retribuyen el
favor otorgándoles impunidad; impunemente, los empresarios pueden darse el lujo
de poner un servicio público al servicio de sus bolsillos privados.
Efectivamente los medios masivos de
información son la plataforma donde se construyen cogniciones
socialmente compartidas y formas de interpretar la realidad. Los medios de
comunicación hacen sentir al espectador partícipe de los acontecimientos que
observa, los cuales son los que los medios le muestran, pues a la vez se le
están ocultando otros que están sucediendo en el mismo momento. Los medios de
comunicación están en manos de empresas multimillonarias que únicamente velan
por su interés. Afilian al servicio de sus ideas a centros de investigación,
universidades y fundaciones mediante su financiación. Estos centros propagan y
afinan la información financiada a través de esas entidades multimillonarias,
creando un pensamiento único en la sociedad acorde con los intereses de estas
entidades. La información será recogida y reproducida por los grandes medios de
información en manos de poderosos grupos industriales y financieros que crean
mensajes y los repiten hasta la saciedad, convirtiendo la información en
manipulación.
La conciencia existente en
los miembros de un grupo de formar una colectividad que mantiene opiniones
semejantes con respecto a un tema, las discrepancias en torno a un
acontecimiento entre dos públicos o entre todos y el poder, o la misma
mediatización de la opinión, constituyen la Opinión Pública.
V. Rovigatti dice que la
información es la que hace posible el paso de un conjunto de opiniones
individuales a una única Opinión Pública. “La
información crea un aglutinamiento de opiniones individuales y determina entre
los opinantes la conciencia de formar parte de un grupo que tiene su propia
fuerza de presión en la realidad social”.
Una información es
introducida a través de un medio dentro de un clima de opinión. Esa información
se transforma en Opinión Pública, que da lugar a una serie de reacciones de las
que resulta la adquisición de unos comportamientos determinados. Estos
comportamientos serán el sujeto de una nueva información, y así sucesivamente.
El ambiente en el que se
desarrolla un grupo social también interviene en la formación de la Opinión
Pública. Las opiniones individuales, los patrones culturales y las decisiones
de poder contribuyen a crear una Opinión Pública que puede estar orientada en
un sentido o en otro.
Hasta hace poco, informar
era describir un hecho y establecer una serie de parámetros que permiten al
espectador comprender su significación, pero hoy en día informar es mostrar la
historia en marcha, hacernos asistir en directo al acontecimiento. La imagen
del acontecimiento basta para darle toda su significación, el objetivo del
ciudadano no es ya comprender el acontecimiento, sino verlo. Con esto, la
televisión condena a todos aquellos acontecimientos que no tienen imágenes al
silencio.
Como lo ocurrido en puente
Llaguno en abril del 2002. La televisión nos mostró a un grupo de personas que
disparaban desde el puente. Esta imagen era reforzada por el discurso de un
narrador que señalaba a “los pistoleros del puente” como los responsables
perpetradores materiales de una masacre al pueblo venezolano que había salido
pacíficamente a manifestarse contra un régimen dictatorial de carácter
comunista que estaba acabando las instituciones democráticas del país.
Una idea que era una y
otra vez repetida por la mayoría de los medios. Lo que nunca dijeron los medios
era a que en realidad le estaban disparando aquellos hombres que estaban junto
a una gran multitud en puente Llaguno.
Para recordar un poco la historia.
P
ara abril del
2002 en Venezuela habían transcurrido sólo cuatro meses de la promulgación de
la primera ley habilitante que le daba facultades al presidente de la república
para decretar leyes. De estas leyes se promulgaron dos leyes que servirían como
detonante de un debate nacional que terminaría en la muerte de un grupo de
venezolanos el 11 de abril de ese año 2002.
Hablamos de dos
leyes que afectarían directamente a dos poderosas élites de la sociedad
venezolana. La ley de tierras que no sólo afectaría los intereses de la
oligarquía más antigua de Venezuela dueña de grandes extensiones de tierras si
no de una nueva “oligarquía” emanada de aquella reforma agraria del 61, que
aprovechando su condición de grupo de poder político dominante desplazó al
campesinado apropiándose de sus tierras. Y, por otro lado, la ley de
hidrocarburos que le devolvería a Venezuela la soberanía sobre su más preciado
bien. El petróleo. Esta ley particularmente afectaba los intereses de poderosas
transnacionales de la energía que habían comenzado a posesionarse de los
procesos de exploración, explotación y comercialización de las fuentes
energéticas venezolanas, teniendo dentro de la estatal petrolera a un
importante número de ejecutivos que respondían a los intereses de estas
transnacionales y que conformaban un grupo llamado de la “meritocracia”. A estos
dos grupos se le sumaban otros dos grupos de interés. El de una clase de
empresarios parásitos que Vivian de la especulación y de una renta extraída al
estado a través de las prebendas políticas. Y una clase sindicalera que no
respondía a los intereses de la clase trabajadora si no a los intereses del
patrón.
Por otro lado se
encontraba el inmenso y noble pueblo venezolano. Pueblo dividido en una clase
media trabajadora, que vivía de la ilusión permanente de alcanzar un status
social y económico mayor y que estaba afligida por el recuerdo de unos tiempos
de bonanza y despilfarro que habían desaparecido en aquel famoso viernes
negro que terminó por desintegrar un
sistema económico que venía en decadencia. Y, finalmente, el pueblo llano y
trabajador. La clase obrera y campesina, siempre oprimida e invisibilizada.
Como escribe Galeano: “Nunca
tantos habían sido incomunicados por tan pocos”. Clase trabajadora,
permanentemente empobrecida, que venía del despertar de aquel 27 de febrero del
89, y que había encontrado en la figura de su presidente, la esperanza de
dignificarse como ciudadanos de un país que los había tirado al olvido.
Es así que este
pueblo venezolano se transformaría en el caldo de cultivo para un
“enfrentamiento de clases”, que desencadenaría en un golpe de estado que
repusiera nuevamente a la burguesía en el poder. Para ello, la élite dominante,
transformada en un gran grupo de presión, dueña de los
medios de comunicación, posicionaría en la clase media, una matriz
de opinión fundamentada en
sembrar el miedo. Miedo al comunismo que te va quitar todo lo que lograste en
tu vida, y ese miedo rápidamente se transformo en rabia hacia aquel
“desdentado”, el pobre, que iba a materializar
el despojo. Es así que en las grandes urbanizaciones del este de Caracas las
familias comenzaban a desconfiar de sus empleadas domésticas, de sus jardineros
y de toda aquella gente que no poseyera su status, porque ellos eran el enemigo. En síntesis, el grupo de
presión, (élite dominante), a través de sus medios, impone en la masa crítica,
(clase media), una matriz de opinión con el fin de movilizar al logro de sus objetivos.
Retomar el poder político que habían perdido.
Recordemos que
para la época, la mayoría del espacio radioeléctrico, se encontraba en manos de
las élites. El estado sólo disponía del canal del estado que además se
encontraba en proceso de reconstrucción ya que había sido diezmado por los
anteriores gobiernos con el fin de privatizarlo. Todos los medios impresos
nacionales y regionales respondían a los intereses de los grupos económicos que
ponían en ellos toda su publicidad y que de por sí eran sus dueños. Toda la
infraestructura comunicacional al servicio de la élite.
A partir de allí
se inicio toda una campaña intensiva que se materializó el 11 de abril en una
gran marcha que tenía originalmente como punto de llegada la sede de PDVSA en
Chuao, pero al llegar ahí, fue desviada hasta Miraflores donde desde algunos
días se encontraba apostada una masa de gente que defendía sus ideales. Vendría
el choque. Ya no era la diferencia de opiniones sobre la visión de país que
debe existir en toda sociedad. Era la manifestación del desencuentro de un
mismo pueblo que terminaría en violencia. En muerte.
A
manera de conclusión.
Es difícil
olvidar la historia cuando el recuerdo está vivo en la memoria. Quizás eso le
paso a la señora que hizo el comentario sobre el aviso que pedía la libertad
para Simonovis. Pero más allá de si el capitalismo o el comunismo son malos o
buenos considero que es importante, si no vital, recuperar la sindéresis y la
tolerancia frente a la opinión del otro.
Para ello es
necesario abrir los espacios para la reflexión y el empoderamiento del
conocimiento que nos permita ser más analíticos a la hora de emitir juicios
sobre los distintos temas que cruzan perpendicularmente nuestra cotidianidad.
Es importante empoderarnos también de los medios de producción de contenidos y
generar una nueva ética comunicacional basada en el respeto y la solidaridad.
Caminando por las
calles del centro de Mérida me tropecé con un aviso que me llamó mucho la
atención por su contenido. Era una suerte de afiche del tamaño de un pliego con
un dibujo del conocido caricaturista del diario el Nacional pidiendo la
libertad para el comisario Simonovis. Me quede fijamente mirando el afiche
pensando en el mensaje cuando repentinamente una señora que también lo miraba
visiblemente molesta dijo, “bueno, y por qué no le preguntan a las víctimas de
puente Llaguno si quieren la libertad para ese señor”. No quise indagar en lo
obvio y no le pregunté por qué había dicho eso. Era evidente que esa señora, en
su memoria, tenía una opinión formada sobre los sucesos de aquel fatídico abril
del 2002 y que en gran medida mucho tuvo que ver la corriente de Opinión
Pública del momento.
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